Una independencia que se hizo esperar


Los argentinos, a diferencia de la mayoría de los países que tienen una sola, tenemos dos fechas patrias: el 25 de Mayo y el 9 de Julio. Es como si una persona hubiera nacido dos veces y por eso festeja dos cumpleaños cada año.

La sola enunciación de este intríngulis un tanto insólito plantea la necesidad de entender por qué la revolución y la independencia no se dieron en un mismo acto. Transcurrieron seis años entre una y otra, los que van de 1810 a 1816; y otros ocho hasta concluir la guerra en 1824. Se trata, entonces, de un proceso de catorce años, plagado de idas y vueltas, marchas y contramarchas, gobiernos efímeros, logias en acción, grietas internas, maniobras diplomáticas y guerra inconclusa. Desentrañarlo, es un ejercicio tan complejo como apasionante.

En los años que siguieron a la Revolución de Mayo no se dio ese paso trascendental y solemne –la declaración de la independencia- y, en cambio, la revolución se empantanó, sobre todo después que Fernando VII recobró el trono de España tras la debacle napoleónica en el Viejo Continente.

A lo largo del proceso independentista, la política y la guerra fueron de la mano; tal como sentenció, a su tiempo, Carl von Clausewitz: “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Si bien los éxitos y los fracasos de las sucesivas campañas militares condicionaron los tiempos y, según el caso, catapultaron o devoraron gobiernos; las batallas que jalonaron esa etapa no deben ser consideradas como eventos puramente militares o autónomos de la política, como suele presentarlas el relato tradicional, sino como parte de un proceso único e indivisible.

La diplomacia no estuvo ausente. Ese fino arte –que Nicolás Maquiavelo sofisticó y utilizó a la perfección- fue aplicado antes y después del 9 de julio de 1816, en la búsqueda de paraguas o aliados potenciales en un mundo que –a esos fines- se reducía a las potencias europeas de entonces, ávidas de conservar o heredar, según el caso, las colonias americanas. La búsqueda de un noble europeo para coronarlo en estas tierras, la propuesta de Belgrano de entronizar a un príncipe inca o el intento de Carlos María de Alvear de convertir a las Provincias Unidas en un protectorado inglés, forman parte de ese capítulo ambiguo de la gesta independentista.

El resultado final y concreto de esa intrincada combinación entre política, diplomacia y guerra durante el período examinado no fue el que se plantearon los hombres de mayo. El objetivo primigenio de mantener la integridad territorial del antiguo Virreinato del Río de la Plata quedó en el camino, lo mismo que el sueño de la Patria Grande acariciado por los padres fundadores, como José de San Martín y Simón Bolívar.

En nuestro caso fue, más bien, el estrechamiento del territorio argentino con relación a la conformación del antiguo Virreinato del Río de la Plata y el consiguiente surgimiento de cuatro naciones –Argentina, Paraguay, Bolivia y Uruguay-, que pudieron ser una sola si las cosas se hubieran dado de otro modo, como bien pudo haber ocurrido.

Por Esteban Dómina*, Concejal de la ciudad de Córdoba.


*Publicó varios libros: De Puño y Letra (1998), Historia Mínima de Córdoba (2003), La misteriosa desaparición de Martita Stutz (2005), Morir en Grande (2006), Caso Penjerek (2007), Caso Yalovetzky. Masacre en barrio San Martín (2008), Morir en Grande II (2009), Santiago Derqui, el federalismo perdido (2010), Tejas con historia (2011), El general cautivo (2012), Los Pujadas. De la épica guerrillera al horror (2013), Las promesas del general (2014) y La independencia argentina. 14 años de política, diplomacia y guerra (2016).



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