Jorge Martín
Jorge Martín es médico. Egresó en 2005 de nuestra Facultad de Medicina. Realizó su residencia en Toco-ginecología en el Ministerio de Salud de la Provincia de Córdoba , en la Maternidad Provincial y en el Hospital Rawson, donde fue el primer residente de la especialidad. Trabajó en Médicos sin Fronteras, por lo que vivió en distintos lugares del mundo. Actualmente trabaja en una organización que se dedica a la investigación y al desarrollo de nuevos tratamientos para enfermedades olvidadas o desatendidas.
¿Por qué elegiste la medicina como carrera profesional?
La elección de mi carrera respondió en realidad a una vocación de servicio, más que a una vocación académica. Sentí que desde la medicina podía satisfacer ese llamado. De hecho, además de la residencia trabajé en servicios de ginecología y obstetricia en el sector público y privado en la ciudad de Córdoba y también en numerosos proyectos comunitarios. Fueron años de mucha felicidad en los que disfruté plenamente el ejercicio de mi profesión, pero también en los que sentí cierta frustración al descubrir un costado menos agradable de la medicina como es la mercantilización del sistema de salud que reduce el acceso para muchas personas.
¿Qué te llevó a ingresar a Médicos sin Fronteras?
La idea de trabajar en otros contextos, en situaciones de crisis como conflictos, emergencias o epidemias siempre estuvo presente y en 2003 se dieron las condiciones para concretar este anhelo. Pude conjugar mi profesión con la oportunidad de viajar a distintos países y culturas. En ese momento aun albergaba la utopía de que se podía hacer medicina sin otro fin que el de asistir a los enfermos y aliviar el sufrimiento de las poblaciones en situaciones de crisis, es decir lo que define específicamente a la medicina humanitaria.
Mi primera misión como médico fue en Marruecos, en donde asistí a migrantes subsaharianos en su travesía hacia Europa, lo que se hacía en condiciones de ilegalidad, por lo que éramos permanentemente vigilados por las autoridades. Para mí fue un shock tremendo pasar de trabajar en un hospital en Córdoba a atender personas en condiciones de extrema vulnerabilidad viviendo en el medio del bosque o del desierto. Me preguntaba frecuentemente si había sido correcta mi elección.
He tenido la posibilidad de trabajar en varios países como Mauritania, República Democrática del Congo, Ecuador, México, Marruecos, en donde nacieron mis dos hijos. Esto para decir que logré equilibrar una dinámica de nomadismo laboral con una vida familiar, y me siento satisfecho de poder aportar este enfoque multicultural y "sin fronteras" a mis hijos. Para mí, la decisión de formar parte de organizaciones humanitarias no fue considerada como una experiencia sino como una forma de vida.
¿En qué trabajas actualmente?
Actualmente trabajo en la Organización Drugs for Neglected Diseases initiative (DNDi), una organización que, desde su creación en 2003, se encarga de la investigación y desarrollo de nuevos tratamientos para enfermedades olvidadas o desatendidas y cuyo modelo (no profit) ha roto el paradigma de que desarrollar nuevos fármacos es muy costoso.
En lo personal me siento muy orgulloso de participar de esta innovadora iniciativa que está logrando mejorar el acceso a millones de personas en todo el mundo afectadas de enfermedades como Leishmaniasis, enfermedad del sueño, malaria, chagas, micetoma, etcétera. Hoy nuestros mayores desafíos son el proyecto GARDP (Global Antibiotic Research and Development Partnership) en colaboración con la Organización Mundial de la Salud, con el objetivo de encontrar soluciones sostenibles para la resistencia a antibióticos; y desarrollar antivirales de acción directa para la hepatitis C a un costo razonable (300 dólares contra los 85 mil dólares actuales).
Paralelamente sigo vinculado a Médicos Sin Fronteras, a través de su Asociación para Latinoamérica de la cual fui presidente en 2015.
¿Cuál es la mayor satisfacción que te dio su profesión y cuál la mayor frustración? (si es que hay alguna)
En cada etapa encontré grandes satisfacciones, enmarcadas en el hecho de que a partir de nuestra labor como médicos podemos hacer un poquito mejor el mundo. Desde el inicio con el frenético ritmo de la residencia y el buen ambiente con los compañeros; luego con la posibilidad de haber podido ser testigo, como obstetra, del mágico momento del nacimiento; también al poder llevar un poco de asistencia médica y dignidad a sitios recónditos donde jamás ha llegado el hombre occidental, o coordinar una respuesta de emergencia para una epidemia de cólera, un terremoto o un huracán... a cambio de recibir el agradecimiento y afecto de los pacientes. Hoy, un poco más lejos del "terreno", la satisfacción pasa por poder brindar nuevos tratamientos a nivel global para pacientes que de otro modo se hubieran muerto, o cambiar políticas de salud pública que permitan el acceso a la salud a poblaciones olvidadas.
En cuanto a frustraciones, mi experiencia durante seis años en distintos países, brindando asistencia medico-humanitaria a poblaciones en movimiento (migrantes, desplazados forzados, refugiados, etc.) me confrontó son situaciones extremas en las cuales la causa del sufrimiento y enfermedades de esas personas estaba asociado a un factor humano (explotación, tortura, abusos sexuales) que jamás pude entender. Me costó mucho tiempo poder percibir el mundo de manera positiva.
¿Qué mensaje le darías a un joven que quiere estudiar o está estudiando medicina?
Ser médico nos otorga el privilegio de llevar a cabo de manera constante acciones que impactan de manera directa y visible la vida de nuestros pacientes y de manera extensiva transformar la sociedad. Es una profesión muy amplia, dinámica y en continua evolución donde los desafíos nos mantienen llenos de vitalidad y juventud.
En esta era marcada por la influencia de la tecnología, preservar el carácter humano de nuestro ejercicio de la medicina es una necesidad para contrarrestar las tendencias deshumanizantes, despersonalizadas y algunas veces marcadas por el interés exclusivamente comercial. El antídoto para el desánimo y descrédito es mantener vivas las utopías y entregarse con pasión a practicar el arte de ser médico.
Julieta Farías
Me recibí de veterinaria en 2005. Creo que desde siempre supe que iba a estudiar esta carrera. De hecho mi papá me cuenta que cuando me preguntaban qué iba a ser cuando sea grande, yo respondía “doctora de caballos”.
Quizá pueda haber influido que él sea criador de caballos de carrera y que me haya criado prácticamente en el campo. Durante la semana estábamos en Córdoba y el viernes a la tarde partíamos a San Agustín. Yo desde chica estuve muy vinculada con su trabajo. Salía a recorrer el campo a caballo, buscábamos las yeguas con el peón, me acuerdo que dos veces al mes iba una veterinaria de Río Cuarto, muy reconocida y yo siempre observaba qué hacía, los partos, los servicios. También recuerdo que me entusiasmaba mucho dibujarlos. En las primeras dos o tres semanas de vida hay llenar una ficha en donde se detalla qué partes son blancas, las manchas, vendrían a ser fichas de inscripción. Esto es lo que se llama “dibujarlos”, y esto para mí era un juego que disfrutaba mucho hacer con mi papá.
Actualmente trabajo en Córdoba, en Catamarca y hace cuatro años en Cairo, Egipto. Un año antes de recibirme fui a un congreso mundial de veterinaria equina en Buenos Aires. Vi cosas que en el país no se hacían, muchas de las cuales todavía no se hacen, como resonancias magnéticas o tomografías computadas, y me deslumbró. Empecé a averiguar porque nuestra facu tiene muchos convenios pero yo ya estaba muy avanzada en la carrera y las materias que me reconocían era de los primeros años. Entonces escribí a todas las universidades y una de Washington me respondió que me aceptaban como pasante para hacer las prácticas. Terminé de cursar y me fui a Estados Unidos por tres meses. Volví y a los meses me recibí. Después, uno de mis profesores me consiguió una pasantía en Buenos Aires. Lamentablemente no fue una buena experiencia y renuncié. Volví a Córdoba, frustrada y convencida de que ya no iba a poder trabajar más con caballos y que nadie más me contrataría. Por suerte, gracias a otro profe que se especializa en reproducción, conseguí otro trabajo; y así empecé este camino.
La reproducción equina, que es mi especialidad, tiene una particularidad y es que se trabaja por temporadas. Las yeguas ciclan con horas luz, es decir que sus ovarios funcionan cuando los días se alargan, cuando se acortan dejan directamente de funcionar. Por eso mi trabajo es estacionario.
Hasta 2007 yo había trabajado en reproducción simple pero, por esas casualidades de la vida, volví a encontrarme con el profe que me consiguió el primer trabajo y me ofreció un trabajo para hacer transferencia de embriones equinos en Perú. Allá estuve nueve meses, formándome con un veterinario salteño muy reconocido. Al año siguiente me volvieron a llamar pero no quise irme porque mi papá había estado muy grave de salud; pero me ofrecieron ir a un centro de transferencia en Tucumán. Después abrió otro centro en Bolivia y fui para allá también. En 2009 me arriesgué a quedarme. En 2010 ya me establecí en Córdoba. Lo que yo hago es trabajo puerta a puerta, muevo mi laboratorio e instrumental a los campos; viajo a Ascochinga, San Francisco, Santa Rosa de Calamuchita, se podría decir que mi día transcurre un 80% en el auto, sobre todo porque una vez a la semana tengo que viajar a Catamarca; en donde abrimos junto a una amiga un centro de reproducción.
El primer año fue difícil porque nadie me conocía en Córdoba pero gracias a quien hoy es mi socia, y antes mi profesora , contacté con el dueño de una yegua a la que asistí y por suerte dos embriones quedaron preñados de mellizos. Nadie lo podía creer, ni yo. A raíz de esto al año siguiente tuve mucho trabajo.
De hecho la Facultad me permite, a mi y a mis socias, desarrollar nuestro trabajo privado en los corrales de la Universidad. De esta manera nuestros clientes le pagan una estadía por mes, nosotras contamos con espacio físico para tener a las yeguas receptoras y, por su parte, muchos estudiantes de la carrera tienen la oportunidad de ser pasantes y trabajar en el verano con nosotras.
En 2011 hice una pasantía en Estados Unidos a través de la Asociación Americana de Reproduccionistas. Conseguí una beca e hice una rotación por distintos hospitales de Kansas, Texas y Colorado; estos últimos son los más grandes de reproducción equina casi a nivel mundial.
Dos años después, a través de una página web que se llama IVIS, en la que se publica información veterinaria (congresos, libros, charlas), me llegó un mail ofreciendo un trabajo en China. Quien lo buscaba era un veterinario belga muy reconocido que manejaba uno de los más grandes centros de transferencia de Europa. Respondí con muy pocas expectativas pero me llamaron, y como el puesto de China ya estaba cubierto me ofrecieron ir a un centro que se estaba por abrir en Cairo. Así comencé a viajar todos los años a Egipto. Estuve allá por tres meses. Mi último día era el 30 de junio de 2013, el cual coincidió con la revolución en Cairo por lo que no pude quedarme. Cuando las cosas se calmaron me llamaron nuevamente para que vuelva asique desde ese momento todos los años hago temporada en ese país.
Hoy puedo decir que vivo de lo que me gusta. Amo lo que hago. Gracias a mi profesión conocí a mi actual novio, un egipcio que es entrenador de caballos. También pude concretar dos sueños que siempre tuve: conocer Machu Pichu y Egipto. Gracias a mi trabajo pude hacerlo.