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Mensaje de Navidad del Rector
Publicado el 19/12/2011 en Institucional
Queridos miembros de la comunidad universitaria:
Al acercarse la Navidad quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones que desearía fueran como una suerte de obsequio navideño para los que deseen recibirlo.
“Hoy les ha nacido un salvador” (Lc. 2, 11)
El texto del evangelio de Lucas que relata el nacimiento de Jesús, dice que en un determinado momento unos mensajeros de parte de Dios le anuncian a los pastores que “hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador” (Lc. 2, 11)
Llama la atención en ese relato que el Salvador (el nombre Jesús significa “Dios salva”) nazca en una ciudad alejada del centro de poder, en una familia sencilla y que sus primeros visitantes sean los pobres. Algo intenta decirnos ese texto a los lectores.
El Dios Vivo que se revela en la noche de Navidad es un Dios diferente. Jesús es visitado por los pastores (que eran considerados marginales –porque vivían en los márgenes de las ciudades cuidando sus rebaños y no gozaban de buena reputación-). Ellos son lo que lo reciben. Jesús no encuentra lugar en la ciudad, no es visitado por las personas religiosas sino por los que están más bien en los suburbios de la religión oficial, no nace en un contexto litúrgico ni en una familia sacerdotal. Es recibido por su madre y su padre en un lugar humilde, atendido pobremente. Así se nos revela un Dios que hizo su opción: se hizo cercano con los pobres y sencillos para que aprendamos cuál es el camino de la salvación.
Salvación de la idolatría
Los cristianos afirmamos que Jesús vino a salvarnos. ¿A salvarnos de qué? De aquellas fuerzas que oprimen, dañan y deshumanizan a las personas (lo que llamamos pecado). Y en la base del pecado está la idolatría. Por eso anunciamos que Jesús viene a salvarnos de la idolatría. De esa doble idolatría: la que reduce a Dios a un dios ritual, frío amigo del poder, y de la que reemplaza a Dios por un ídolo.
Siempre se ha creído que el mayor problema religioso era el ateísmo, sin embargo no es el ateísmo sino la idolatría. La idolatría consiste en reemplazar a Dios por una imagen (ídolo). Por eso la idolatría se da de dos formas: por perversión de la imagen de Dios o por sustitución de Dios por “otros dioses”.
Por un lado las mismas religiones hemos colaborado con la idolatría por perversión: muchas veces hemos deformado la imagen de Dios de tal manera que muchas personas ya no creen porque ven una tremenda incoherencia entre el Dios que predicamos y la realidad de las acciones que en los hechos confiesan otro dios. Me explico: cuando se pone al culto religioso como más importante que la solidaridad, cuando se atiende más a la ley y los preceptos religiosos que a la compasión, cuando hablamos tanto de un Dios todopoderoso que desdibuja su ternura con los pobres, los alejados, los sufrientes, estamos de algún modo pervirtiendo la imagen de Dios y generamos un ídolo, que en realidad pareciera ser un dios al que se lo sacia cumpliendo rituales y preceptos, aunque después en nuestra vida de todos los días nos preocupemos solo por nosotros mismos, por nuestro éxito aún a costa de los otros, por nuestro proyecto familiar sin tener en cuenta a los demás, por nuestros beneficios sin ninguna solidaridad con los que menos tienen y más padecen la injusticia.
Por otra parte está la otra idolatría: que sustituye a Dios por otros dioses: el dinero, el poder, el éxito… Esa idolatría se ve con fuerza en estos tiempos navideños en los que muchas veces parecieran más importantes determinadas cuestiones accesorias (regalos, fiesta, comida, etc.) que lo central: la fraternidad, la solidaridad, el amor.
Jesús nos salva haciéndose cercano, mostrándonos así el camino de un Dios cercano y solidario con los pobres y los que sufren, amigo de los hombres y genuinamente humano, que nos invita a transitar el camino de la cercanía y la solidaridad, para salvarnos de nuestro propio egoísmo; nos convida a caminar por el sendero del amor y la compasión para salvarnos del ritualismo y la dureza de corazón.
Navidad es también la fiesta de la salvación de esa otra idolatría del culto al tener, al parecer, al poder. Por eso nos anima a recibir a un niño envuelto en pañales recostado en un pesebre. Lo más importante de la noche de Navidad, se nos señala, es otra cosa: la ternura y la compasión.
Fiesta de la Humanidad
La salvación, entonces, contrariamente al vaciamiento del término que nos lo ha hecho algo ajeno, significa que somos rescatados por Jesús de nuestra tendencia a centrarnos en nosotros mismos, a centrar nuestra vida en el deseo del éxito, el poder, el dinero. Y se nos muestra que el camino de Vida y de Alegría es el de la cercanía y la solidaridad con los necesitados. Somos salvados de la idolatría que rinde culto a un dios descafeinado e inofensivo y de la adoración a otros dioses que piden todo de la persona (pensemos si no en lo que significa vivir para tener: nunca alcanza; o vivir para prevalecer sobre otros: nunca se descansa de la envidia y los celos; o lo que significa vivir para ser reconocido por otros: nada alcanza porque la valoración ajena es esquiva y variable).
La salvación en realidad significa que Dios al hacerse hombre, nos muestra lo más genuino de ser humanos, nos humaniza en el mejor sentido del término, enseñándonos a sacar lo mejor de nosotros mismos.
Los cristianos en Navidad anunciamos que “Nos ha nacido un salvador” que nos salva de nuestra propia deshumanización. Al hacerse hombre en Jesús, Dios nos enseña a ser profundamente humanos, y que lo más genuino del ser humano está emparentado con lo divino. Como bien ha dicho el teólogo Leonardo Boff: “algo tremendamente honesto hay en el ser humano para que Dios haya querido hacerse hombre”.
Les deseo una feliz Navidad, es decir una Navidad honda en gestos humanos, llena de cercanías y solidaridad. Una Navidad en la que la compasión y el amor inunden y den sentido a todo. Una Navidad profundamente Humana.
Que tengan una muy buena Noche Buena y una muy feliz Navidad.
Con sincero afecto.

P. Lic. Rafael Velasco, sj
Rector
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