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Hace ya un mes vivimos un situación de incertidumbre. Hemos limitado nuestro accionar, hemos reducido al mínimo nuestro paso de una forma relativamente consensuada, hemos cubierto nuestro cuerpo protegiéndonos de un enemigo invisible y casi como una conducta atávica nos metimos a la cueva protectora.
Afuera pareciera que los otros seres se sienten más libres. Salieron de sus encierros obligados y empezaron a deambular, se quitaron ese mimetismo protector de sus cuerpos y dejaron verse por ojos humanos extrañados.
Pensar que somos víctimas de este encierro sería un engaño, desde hace varios años hemos tenido indicios de esta pandemia. Avanzamos destruyendo el ecosistema, alterando sus ciclos y acercando peligrosamente el entorno silvestre al nuestro, rompiendo equilibrios, homoestasis naturales que controlaban la propagación de estas enfermedades. Fueron el ébola, el SARS, el MERS los primeros en aparecer, pero aun así no aprendimos. ¿Seremos todos responsables acaso? Esta afirmación sería tan injusta como hipócrita, los sectores económicos más poderosos y más insaciables son los principales culpables, el resto podemos considerarnos cómplices en nuestro afán de consumo o algunas poblaciones humanas tan víctimas como el ambiente que las rodea.
Dentro de esta cueva protectora también podemos volver a ver el ambiente que nos rodeaba y que hoy deja mirarse, o tal vez nos animamos a verlo, desde un punto más cercano, más humilde.
El 29 de abril es el Día del Animal. En este contexto es importante rever nuestras prácticas hacia ellos. Sabemos que el tráfico ilegal de animales silvestres se considera uno de los principales comercios ilegales a nivel mundial, superado solo por el tráfico de drogas y armas. Y una de las posibles explicaciones de esta pandemia se basa justamente en esto. Se cree que este virus surge en un mercado del tráfico ilegal vinculado a una especie que estamos condenando a la extinción: el pangolín, un animal muy peculiar a quien se le ha atribuido propiedades sanadoras cuasi mágicas. Lejos de ser eso un motivo de veneración como harían los pueblos originarios, en esta sociedad moderna esta supuesta virtud se convierte en su peor castigo: la apropiación de estos ejemplares hasta su exterminio. Las especies silvestres no solo son perseguidas como consumo ocasional por parte de pobladores rurales o comercializadas bajo formas de mascotismo, sino además son consumidas como fetiches o curas milagrosas por personajes oscuros y poderosos de distintas partes del mundo.
El 22 de abril fue el Día del Tierra, nuestra casa común, pero no solo nuestra. No somos los dueños, somos familia con esos seres a quien tan humanamente San Francisco los llamó nuestros hermanos, a quien la cosmovisión andina le rinde tributo, la cultura maya endiosa y, como una afrenta, el mundo moderno solo la explota.
Que de esto salgamos sanos pero no indemnes, que podamos reflexionar y que seamos familia con el resto.
Por María del Rosario Ahumada, médica veterinaria. Egresada y docente de la Facultad de Ciencias Agropecuarias de la UCC. Profesora Adjunta de Zootecnia y Titular del Seminario de Fauna y Clínica de Animales No Convencionales. Directora del Proyecto de Conservación de Recursos Zoogenéticos. Responsable sanitaria del Parque Fitozoológico Tatu Carreta y Centro de Rescate de Grandes Aves. Consultora ambiental de la provincia de Córdoba.
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