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La foto de Aylan Kurdi, el niño sirio muerto mientras su familia de refugiados intentaba llegar a las costas europeas, da vuelta al mundo y causa estupor. Pero son lágrimas de cocodrilo, las nuestras y las de los principales líderes mundiales. Mientras tanto, los medios de prensa hacen su negocio, como siempre. Porque el morbo vende. Pero la comunicación no debería ser sólo un negocio, debería ser un servicio básico destinado a satisfacer el derecho de información que tienen las personas. Informarse y formarse. Saber qué está pasando en Europa pero sobre todo saber por qué.
Al drama de Aylan Kurdi, que ya no tendrá futuro, se suma el de miles de refugiados que siguen luchando desesperadamente por un futuro, una vida más o menos normal, un trabajo, una casa, una familia, nada del otro mundo. Lo que tenés vos, que estás leyendo esta nota.
En este mismo momento, mientras vos lées, hay más de cuatro mil refugiados varados en la estación de trenes de Budapest, otros tantos o más en Atenas, y miles más en Calais, esperando que se abra el Eurotúnel para pasar de Francia a Inglaterra. Y miles y miles más en los campos de refugiados que están pululando por Europa, que vive la crisis de desplazados más grave desde la Segunda Guerra Mundial.
Y empiezan también los pases de factura entre los propios socios europeos, que se tiran la pelota unos a otros y dejan ver su lado más miserable. Según el Tratado de Shengen (tratado migratorio de la Unión Europea), el primer país que acoge a un refugiado es el que tiene que hacerse cargo. Pero ahora se levanta la voz de España, Italia, y los demás países mediterráneos, obviamente más expuestos a la tragedia que los otros. Grecia pide a Bruselas (la capital burocrática de la Unión Europea) que le envíe más fondos para gestionar la situación, y recibe como respuesta sólo reclamos por la forma en que está manejando la emergencia.
En lo que va de este año, han llegado a las costas europeas unas 300 mil personas, mientras que más de tres mil han muerto en el intento. Las cifras son escandalosas, pero si se las pone en contexto no lo son tanto. Lo que pasa es que es noticia sólo lo que pasa en Europa, o en Occidente para ser más generales. Pero esas cifras son pequeñas si se las pone en contexto.
Según datos que me entregó esta semana José Samaniego, representante regional para el Sur de América Latina del ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), hay en este momento 60 millones de refugiados en el mundo. La mayoría en torno a Medio Oriente y por supuesto principalmente provenientes de Siria, que es el conflicto más grave del momento. Pero de ellos, la inmensa mayoría están refugiados en países vecinos: Jordania, El Líbano, Irak y Turquía. También hay millones de desplazados de Eritrea y Somalía, pero principalmente en Etiopía y otros países del África Oriental. Del total de los refugiados mundiales, el 42 por ciento está en 25 de los países más pobres del planeta. Pero nos enteramos sólo de los que llegan a Europa, entre otras cosas porque el trato que reciben allí es increíblemente denigrante. Y porque la vieja Europa se molesta cuando le golpean a la puerta.
No es que los líderes europeos estén preocupados por Aylan Kurdi o por el drama de miles y miles de seres humanos. Lo que no quieren es verlo de cerca.
De hecho, los principales responsables de este drama son ellos, junto con los Estados Unidos. Aylan Kurdi tenía una vida en Siria. Tenía una casa, una familia, las fotos lo muestran con ropas sencillas pero limpias, en la escuela y con amigos. Como la mayoría de los desplazados que huyen del infierno y que de golpe, no tienen nada. En algunos casos, ni la vida.
¿Qué pasó entonces? Que Occidente metió las narices, como siempre hace. Es muy curioso que en la base de este drama está la mano negra de Occidente. En el caso de los refugiados que escapan de Medio Oriente, la mayoría son de Siria e Irak. En el caso de los africanos subsaharianos, atraviesan Libia para alcanzar Lampedusa y después Sicilia. Justamente, tres países destruidos en los últimos años por Occidente.
Sería largo analizar las virtudes y los defectos democráticos de Saddam Hussein, Bachar Al Assad y Muhammar Khadafi, pero lo que es innegable es que Irak, Siria y Libia eran quizá los tres países más estables del mundo árabe, con altos niveles de desarrollo humano y gobiernos laicos que ejercían una gran tolerancia religiosa hacia los distintos grupos.
En 2003 empezó el drama iraquí con la invasión estadounidense, que ha dejado en 12 años más de un millón de civiles muertos. Hace cuatro años se produjo la velada intervención occidental para derrocar y asesinar al líder de Libia, un país que en los hechos, no existe más. Y el año pasado irrumpió en la escena mundial el grupo terrorista Estado Islámico, armado, financiado y potenciado por Occidente a través de sus estados socios Arabia Saudita, Qatar y Turquía. En poco tiempo, el Estado Islámico ocupó grandes territorios en el norte de Irak y Siria y es el causante del drama humanitario.
Pero la hipocresía sigue firme. Más allá del espanto que causan las decapitaciones o la destrucción de templos, es bueno preguntarse cómo se sigue financiando el Estado Islámico. Y entonces surgen evidencias de que su petróleo lo están comprando Turquía e Israel.
Ojalá las imágenes conmovedoras de estos días nos hicieran realmente reflexionar sobre lo que está pasando y por qué, principalmente en Siria, un país que se desangra. Aylan Kurdi, el nene de tres años, es sólo una de sus tantas víctimas. Y lo vuelven a matar cada vez que lo usan para satisfacer el morbo y vender diarios, sin que sirva para empezar a pensar en salvar a los miles de Aylan que quizá todavía podamos salvar.
* Mariano Saravia es profesor titular de la cátedra Política Internacional de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UCC, Licenciado en Comunicación Social, Magister en Relaciones Internacionales (UNC), Periodista, Escritor, Profesor invitado de la UNRC, la UNVM y la University of Wisconsin Green Bay, y candidato a parlamentario del Mercosur.
(Foto: The Huftington Post)
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