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Dejé de ser Rector de la UCC a comienzos de 1997. Después de casi 20 años, recorrerla nuevamente, me obligó a reidentificarla.
Dos hechos dispares, ambos sintomáticos, me retrotrajeron al tiempo de mi llegada: la crisis que afectaba su matrícula y una huelga de hambre, reducida, protagonizada por un grupo de alumnos de una facultad. En su heterogeneidad, ambos hechos me evocaron idéntica causa: la excesiva dependencia que la Universidad de ese tiempo padecía de las circunstancias exteriores.
Durante los años de los gobiernos militares, el ingreso restricto a las universidades estatales había provocado un flujo importante de ingresantes, muchos ajenos a nuestro estilo. Esto explicaba el episodio de huelga, expresión disruptiva dentro de un estilo equilibrado de participación. Más allá de su diversidad, ambos hechos expresaban un cierto debilitamiento institucional y la tendencia a resolverlo "desde afuera".
Lo conseguido
El reinicio de la vida democrática en diciembre de 1983, condicionó favorablemente a la Universidad obligándola a modificar la mirada sobre sí misma. Aclaro que esto de "querer ser, mirándose desde afuera" -un "afuera" representado por el modelo de la universidad estatal- representó una tendencia reincidente en la historia de las universidades privadas. Digo esto porque paradójicamente en el caso de la nuestra, la adopción de esta mecánica acarreó el efecto benéfico de reconducirla hacia su verdadera fuente y antecedente: la originaria universidad jesuita pre-constitucional.
Si me retrotraigo al modo en que resolvimos ambos problemas, debo reconocer que fue -casi instintivamente- a un viejo "modo de proceder" jesuítico: la reconstrucción de una comunicación interna o proceso de decisiones en el que se equilibran dialécticamente la verticalidad jerárquica con el diálogo continuo: el crecimiento en la propuesta de ideas y su discusión disciplinada, la aceptación o descarte, siempre fundamentado y no arbitrario de muchas de ellas, se convirtió en el instrumento decisivo. El intercambio crítico y prolongado de opiniones, se erigió en la condición previa de las decisiones.
En este peculiar proceso instrumental de comunicación en el que, sin dudas, sitúo el motor determinante de los logros de la época, dos factores fueron ingredientes indispensables: el respeto por el tiempo requerido para la maduración justa de cada decisión y el sostenimiento del equilibrio -la proporcionalidad interna- entre todos los componentes de cada proyecto.
Durante el tiempo de los gobiernos militares, aunque con la falencia que ya apunté, la Universidad se ordenó internamente ingresando en un tiempo de "latencia". "Es necesario dinamizarla!" me dijo en una de sus conversaciones previas el rector saliente, Jorge Fourcade, sj. Al cabo de dos años, en reunión del Consejo Académico uno de los decanos aludió humorísticamente "… el elefante movió una pata!…" Lo que esta expresión trasuntaba en lo inmediato, era que la Universidad había logrado organizar su crecimiento mediante una planificación rigurosa. Me parece importante destacar que lo verdaderamente sustantivo residió en el método de intercambio de ideas generador de las decisiones, del cual, la planificación, no fue mas que una expresión externa. Esta "metodología", asumida por el compromiso sostenido del equipo directivo de la Universidad, revistió el carácter de una verdadera "alianza de poder" dinámica que alguna sociología de la educación utiliza para explicar por qué algunas instituciones educativas cambian. Creo que ella podría caracterizar a la UCC de ese tiempo, entendiendo esta "alianza" como el poder de cambio que otorga el conocimiento y la utilización sistemática de las mejores ideas disponibles existentes en una institución.
Algunas cuestiones pendientes
Esta metodología, al mismo tiempo fue la que marcó los límites de la UCC de esa época. Tres fueron, entre otras, las cosas importantes que, aunque debatidas, no pudieron resolverse: alcanzar un nivel suficiente de investigación, organizar las publicaciones, y el modo de formar más profundamente la conciencia social de los nuevos graduados. Esta limitación se debió a que el tiempo de maduración requerido no fue suficiente para que nuestra capacidad de ese momento pudiera hacerlas viables. Ellas quedaron pendientes para ser resueltas por quienes nos continuarían. A nivel más personal, podría decir que la experiencia de estas limitaciones fue para mí un permanente recordatorio acerca de que el tiempo de una gestión no puede ser confundido con el tiempo de la institución, siempre asentado en último término sobre la exigencia de continuidad.
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