Verónica Francisca es Vocal de Cámara en lo Civil y Comercial de la Provincia; abogada; docente y graduada de nuestra Universidad. Además, es Directora del Instituto de Derecho Concursal de nuestra Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.
–¿Cómo decidiste dedicarte al ámbito de lo jurídico?
–Tenía una fuerte vocación humanística, me apasiona la lectura desde siempre, entonces mi vocación era más bien para la sociología o la filosofía y letras. En el derecho, encontré una puerta grande para ese tipo de ciencias; en realidad no pensé mucho en ejercer. La pasión vino después, empecé a cursar la carrera y me sorprendí al encontrar muchas aristas que no imaginaba, un desafío a mi curiosidad y mucha creatividad.
–¿Cómo se desarrolló tu carrera profesional?
–Intensa, rápida, con grandes jornadas laborales desde siempre. Un elemento común fue que siempre fui considerada demasiado joven para los distintos lugares en el que me tocó ejercer. No vengo de una familia de abogados, soy la primera, y me crié en el interior de la provincia. Mi única tarjeta de presentación fue mi desempeño en la Facultad y después, mi trabajo. Empecé a escribir y publicar, la Academia de Derecho de Córdoba me dio un Premio de Joven Jurista y así de a poco empecé a proyectarme. Ejercí casi diez años la profesión libre, en distintos lugares siempre vinculados al derecho de empresa. Cuando no había cumplido 30 años rendí para el cargo de Juez de Primera Instancia; a los 31 y embarazada de mi primera hija, juré para el cargo de Juez con competencia en sociedades y concursos que era mi especialidad. También fui de los primeros Jueces que no provenían de carrera judicial. Fue todo un desafío con esa edad, y mi Secretario de entonces, tenía 30 años de carrera judicial. Joven, madre primeriza y Jueza a la vez en un ámbito bastante masculino como es el derecho comercial.
La fórmula que me resultó mejor fue profundizar, trabajar y no detenerme a escuchar críticas o preconceptos. Además, desde una forma de ejercer la Magistratura horizontal, que parte de la idea de equipo de trabajo, de compartir el conocimiento y escuchar todo lo que aporta el grupo y respetar las virtudes individuales de cada uno. Tolerancia, apertura y curiosidad, es la receta que trato de aplicar hoy también en mi rutina en la Cámara Novena de Apelaciones y en la Facultad, cuando doy clases de Derecho Comercial.
Primero se respeta la obra, y luego al autor. Entonces siempre trato de que mi mejor presentación sea mi trabajo. Y a los estudiantes en la Universidad, trato también de enseñarles desde esa perspectiva. Además de transmitir conocimientos, trato de mostrarme en el rol que me tocó ejercer como persona vinculada al derecho y que aprendan cuánto de humanidad hace falta para decidir o participar en los conflictos entre personas de carne y hueso, con angustias y necesidades que se acercan a buscar una forma de solución a sus problemas que los tenga en cuenta en esa dimensión divina que tiene lo humano.
–¿A qué desafíos te enfrentas diariamente en tu trabajo?
–El desafío es no perder contacto con la realidad. El tener presente todo el tiempo que atrás de esos expedientes hay personas que sólo buscan una solución a sus problemas. No perder la individualidad y no claudicar en seguir estudiando. (Si no, se torna aburrido). Uno enfrenta su trabajo a partir de quien es, pero no tiene que aplicar esa vara a los demás, porque la justicia no es sólo para los que piensan como uno. Vuelvo a lo que te dije, el respeto a la individualidad de los que se presentan.
–¿Qué gratificaciones has encontrado?
–Muchísimas. Casi todas de la gente que me cruzo a diario, muchos de ellos comprometidos con el alma con lo que hacen. Hoy no hay forma de desempeñarse en este ámbito sin ese compromiso de ser lo mejor que se puede, y eso es una tarea diaria. Y en la Universidad, ver a jóvenes que se asombran ante el Derecho, que para mí funciona como un organismo vivo, nutriéndose de la sociedad que trata de pacificar. Es apasionante.
–¿Son ámbitos difíciles para las mujeres profesionales?
–No es fácil, a veces pareciera que se nos exige ser magistrales o dejar de lado lo femenino, que va de la mano a veces de la maternidad. Yo opino lo contrario, cada uno ha de afrontar sus desafíos desde lo que es y con respeto a esas particularidades que suman a la labor. Las mujeres somos un poco malabaristas, siempre con varias cosas en la mano, pero las hacemos girar, en el hogar, en el trabajo, de una manera particular que tiene mucho de lo que venimos hablando, básicamente, del milagro de lo divino que es la humanidad.
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