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Silvia Goyanes, ganadora del Premio Ada Byron

Publicado el 12/11/2020 en Académicas

A pesar de que declara que tiene más de 50, Silvia Goyanes es una científica de estilo jovial y desacartonado. Confiesa que le gusta andar en cuadriciclo, ver televisión (incluidas telenovelas) e ir a la playa y cuenta que en su vida las cosas se fueron dando sin recetas y por puro arrojo y empeño. Es doctora en Ciencias Físicas, tiene ocho patentes registradas y es la flamante ganadora en Argentina del Premio Ada Byron a la Mujer Tecnóloga y Científica. En esta nota nos cuenta sobre su experiencia.

¿Cuándo surge tu interés por la ciencia? ¿Y qué solías responder cuando te preguntaban "qué vas a ser cuando seas grande"?

La verdad es que elegí la física porque me resultaba fácil estudiarla. Del secundario, recuerdo especialmente a mi profesora de biología porque era la que te mostraba que las cosas no eran como vos esperabas, te estimulaba a ver más allá y preguntarte el por qué de las cosas. 

Cuando era chica quería ser cualquier cosa, desde guarda de tren hasta piloto de autos de carrera. Empecé a enamorarme de la ciencia haciendo la carrera. Al principio me fue mal y eso hizo que pusiera más empeño en superarme. Luego comencé a ver que cuestionarse las cosas es una forma de mirar el mundo. En ese momento eran mayoritariamente varones los que estudiaban física y era un ámbito complicado para las mujeres. En general, cuando yo le contaba a la gente qué carrera estudiaba me preguntaban ¿educación física? Y después ¿de qué vas a vivir?  Por suerte, poco a poco, eso fue cambiando.

¿Cómo es tu día de trabajo?

Yo vivo en Gran Buenos Aires así que demoro alrededor de hora y cuarto en llegar a la Universidad. Normalmente llego a las 9 y me quedo ahí hasta las 19 o 20h. Estoy casi todo el día en el laboratorio con otra investigadora, Lucía Fama, y entre las dos acompañamos a nueve tesistas con diferentes líneas de investigación para que cada uno pueda posicionarse y crecer. Como tutora soy bastante molesta, pero los chicos se quedan. (se ríe)

Cuestionarse las cosas es una forma de mirar el mundo.

¿Qué destacarías de tu trayectoria?

A mí el tema que me apasionaba era el de materiales que, en realidad, es más propicio para la ingeniería. En el ámbito de la física, todo el mundo quería hacer partículas ú ópticas y entonces no me fue fácil hasta que me fui al País Vasco (España) para mi posdoctorado. En ese momento tenía 31 años y un hijo pequeño así que viajamos también con mi marido, y allí fue como descubrir otro mundo porque conocí a un montón de físicos que trabajaban el tema de materiales.

Una de las mejores cosas que me pasó fue conocer a mi mentor, Iñaki Mondragón. Cuando llegué a la puerta de su laboratorio lo primero que vi fueron los convenios con empresas, cosa que para ellos era de lo más normal, pero para mí era rarísimo. Trabajan con proyectos de ciencia básica pero en convenio con las empresas. Ese fue un cambio muy fuerte en mi carrera porque empecé a hacer lo que más me gustaba y a defender con más ganas el hacer.

En ese momento, cuando concursabas no importaban las patentes sino los papers. Yo presenté mi primer patente en el año 2003 en la UBA y todos me preguntaban ¿para qué? Pero yo ya estaba convencida de que es tan necesario el estudio, como publicar y transferir. Si yo no hago ciencia básica y no publico, no tengo capacidad de innovación; y si no transfiero, me quedo en el paper y no crezco. Todo eso me lo enseñó Iñaki Mondragón, al cual estaré siempre agradecida.

Cambiar el mundo, la ecología ¿Qué otras cosas te motivaron a buscar soluciones concretas a través de la ciencia?

Para empezar, la enseñanza de mi padre que siempre me decía que “hay que hacer cosas para la gente”. Él era ciudadano ilustre en el pueblo donde vivía. Me gusta hacer cosas en las que se visualiza un resultado concreto para un problema. En la zona donde yo vivo una problemática constante es la basura, sobre todo la que se genera por plásticos mal desechados. Así fue como me planteé hacer plásticos que sean biodegradables en cualquier ambiente y después quise ir un poco más allá ideando un material que sea comestible. Utilizamos la fécula de mandioca que es un producto que no es muy requerido transformándolo en un bien transable. Recién ahora tenemos todo lo que necesitamos y estamos en condiciones de hacer un plástico que sea transferible a la industria. Otra línea que trabajamos fue la de filtros de arsénico y para remoción de gasoil o petróleo en agua. El arsénico es una problemática de varios lugares en la Argentina. 

También en conjunto con investigadores de la UNSAM, desarrollamos barbijos usando conceptos de muchos de nuestros papers. Aplicamos la nanotecnología para obtener productos con actividad antiviral y bactericida.

Si yo no hago ciencia básica y no publico, no tengo capacidad de innovación; y si no transfiero, me quedo en el paper y no crezco.

¿Cuáles considerás que son las trabas para que estos desarrollos lleguen a quien lo necesita?

Un salto grande desde el laboratorio a la empresa es la etapa de planta piloto donde se puede hacer el material para que sea fácilmente transferible. Sería el lugar en el cual las empresas evalúan las ventajas de adoptar nuevas tecnologías. Es muy difícil que alguien pueda corroborar la utilidad de algo si no hay un prototipo a escala piloto. Por eso pienso que si los investigadores, las empresas pequeñas, medianas y grandes pudiéramos contar con esas plantas piloto habría un nexo muy rápido. Por supuesto que es algo muy caro, pero se puede compartir su uso o alquilar. Después, también creo que el sistema tiene que ser más rápido en la respuesta que le da a la empresa. Tenemos una burocracia muy grande en los tiempos de firmar convenios. 

¿Qué reflexión podés hacer sobre el rol de la mujer en la ciencia?

Las mujeres somos multi task y esa es una cualidad muy buena tanto en tecnología como en ciencia. Por eso creo que está muy bueno contar con las capacidades de las mujeres en los equipos. Si cada uno aporta lo mejor de sí, se genera interacción y el resultado es muy bueno. 

Respecto a la igualdad en el acceso, creo que todavía hay mucho por hacer. En CONICET, por ejemplo, la presidencia la ocupa una mujer, pero si ves el directorio hay muchísimos más varones. Tampoco hay muchas mujeres en las máximas categorías. Ni hablar respecto a los premios Nobel.  Hay estudios que dicen que a partir de los cinco años las mujeres se sienten menos inteligentes que los varones y eso es algo cultural. Por eso creo que una buena medida sería ir a los colegios primarios y secundarios a mostrarles a nuestras estudiantes que hacer ciencia está bueno, porque te permite ver las cosas de otra manera. 

Lamentablemente hoy los chicos y chicas no están eligiendo la ciencia y por eso es importante que vean que los científicos podemos hacer muchas cosas. Podemos ser innovadores; tecnológicos; políticos, etcétera. Vos ves a Elon Musk y no te imaginás que es físico. Ángela Merkel también es física y sin embargo es la Primer Ministro de Alemania.

Estudiar ciencia te genera una estructura de pensamiento y una forma de pensar que te da muchas posibilidades y te aporta otra forma de resolver los problemas.

Es muy importante visibilizar a las mujeres que hacen tecnología que llega a la gente.

¿Qué significa este premio para vos?

La verdad que cuando vi el listado me alegró ver que era muy competitivo porque respeto muchísimo a la mayoría de las colegas que se presentaron. Lo bueno de esto es que genera difusión y eso significa que las empresas se acerquen a ver qué hacemos y pedirnos cosas.

A nivel social me parece que es muy importante para poder visibilizar a las mujeres que hacen tecnología que llega a la gente. Se presentaron 78 mujeres que hacen ciencia y tecnología y mostrar eso es muy importante.


Premio Ada Byron 

El premio lleva el nombre de la primera programadora en el campo de la informática y nace en la Universidad de Deusto, en la que se entrega desde 2014. Está orientado a mujeres con trayectoria profesional en áreas tecnológicas, ingeniería y otros campos científicos relacionados. Este año llegó por primera vez a la Argentina de la mano de la Universidad Tecnológica Nacional y la Universidad Católica de Córdoba.
La ganadora recibió 3000 euros y fue elegida entre 78 postulantes por un jurado independiente integrado por referentes académicos, científicos, empresariales e institucionales, tanto del ámbito público como privado.

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